“EL QUE QUIERA SER GRANDE, PRIMERO DEBE SER UN GRAN
SERVIDOR”
El
domingo pasado el Señor nos enseñó la importancia en darle primero atención a
la sabiduría, antes que a las riquezas del mundo. Recordemos que la sabiduría,
es uno de los siete dones que Dios Espíritu Santo, nos otorga con el fin de
comprender cada vez mejor los misterios y el amor de Dios a favor de nuestra
existencia progresivamente. En la medida
en que vayamos resolviendo los misterios que se dan durante nuestro caminar por
la vida, en esa misma forma asumimos importantes desafíos que nos hacen amar a
Dios por sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Es nuestro deber, acudir a Dios para que nos regale la prudencia. Para que la sabiduría, germine, crezca y fructifique de forma abundante en cada cristiano. Cuando la sabiduría prospera por todos los rincones de cada persona, las cosas del mundo le preocupan cada vez menos. Su vida estará encaminada a encontrar y apropiar en su vida la misión encomendada por Dios en procura de participar en la construcción del Reino de Dios en su diario vivir. Por ello, es deber de todo ser humano, preferir la sabiduría, antes que las cosas que el mundo le ofrece. Pues la sabiduría, es luz que nunca se apaga. Es luz que permanece para siempre en nuestra vida (Sb7, 7–11).
Es nuestro deber, acudir a Dios para que nos regale la prudencia. Para que la sabiduría, germine, crezca y fructifique de forma abundante en cada cristiano. Cuando la sabiduría prospera por todos los rincones de cada persona, las cosas del mundo le preocupan cada vez menos. Su vida estará encaminada a encontrar y apropiar en su vida la misión encomendada por Dios en procura de participar en la construcción del Reino de Dios en su diario vivir. Por ello, es deber de todo ser humano, preferir la sabiduría, antes que las cosas que el mundo le ofrece. Pues la sabiduría, es luz que nunca se apaga. Es luz que permanece para siempre en nuestra vida (Sb7, 7–11).
En este domingo, el profeta Isaías, ya
anunciaba (mediante la figura del siervo de Dios), el sufrimiento que nuestro
Señor Jesucristo, haría por tanta aflicción que desde siempre ha existido en el
mundo. Dado el infinito amor y misericordia de Dios, el siervo de Dios cargará
con la maldad cometida por todos los pecadores (Is53, 10-11). Muchos pecadores
no comprenden este gran misterio, ese gran privilegio. Es incomprensible y poco
valorada la fortuna de que el mismo Hijo de Dios, en su condición humana, se
haya ofrecido en sacrificio por la expiación de todas nuestras culpas. Incluso,
existen personas que ni si quiera se dan cuenta que pecan, debido a que están
ciegos, espiritualmente, por lo que difícilmente, pueden distinguir entre lo
bueno y lo malo de los sentimientos, pensamientos y actos que protagonizan
durante la cotidianidad de su vida. Están entretenidas creyendo que su
existencia solo debe dedicarse a las cosas del mundo, a los honores,
privilegios y comodidades que el mundo material ofrece a las personas.
Precisamente, en el caso del evangelio de hoy, los discípulos de Jesús, Santiago y Juan, le recomiendan al Señor que, en el cielo, se les permita: a uno, sentarse a su derecha y, al otro, a su izquierda (Mc10, 35-45). Tal cual sucede hoy día, cuando alguien logra poseer una gran fortuna, o cuando otro ostenta una mejor posición laboral, o cuando un líder reciba la misión de desarrollar una determinada labor. Muchos se acercan y quieren ostentar posiciones para las cuales no se han preparado, para la cual no tienen las mejores intenciones de servir y honrar con su buen desempeño a quienes va dirigida su gestión y, por ende, a quien le haya encomendado las responsabilidades que se le han asignado.
Con la vida del cristiano, si se quiere
crecer a la altura de Cristo, la consigna es servir, servir y servir. Solo así
es posible, ser cada día más importante ante los Santos Ojos de Dios. Servir a los demás sin descanso y con la
mayor humildad posible. Si queremos estar cerca al Señor allá en el cielo, es
necesario servir, servir y servir. Eso sí, teniendo en cuenta que el servicio a
sus semejantes, no es dando lo que nos está sobrando. Debemos dar lo mejor de sí al prójimo, a todo
aquel o aquella que acude a pedir y recibir nuestra ayuda. Debemos dar lo que
nos cueste, con amor, con respeto, con el propósito de que el necesitado se
sienta feliz gracias a la ayuda que el Señor le otorga a través nuestro. Somos
cristianos de verdad, cuando somos solidarios con aquel o aquella que no puede
pagar, con esa persona que se encuentra enferma, con aquellos que sufren porque
viven en la amarga experiencia del destierro y/o son víctimas de la violencia,
del hambre y la pobreza absoluta.
El servicio cristiano, se refiere a
ayudar a los más necesitados. Es uno de
los requerimientos más importantes que el Señor, nos plantea para merecer estar
a su lado. Primero, seguirlo y luego
servir al prójimo con lo más grande y puro de nuestro amor y nuestros
esfuerzos.
Todo lo que en nuestra vida suceda, debe ser como consecuencia y testimonio de nuestra fe. No es dar por dar. Recordemos que es dar lo mejor de cada quien. Aquello que nos cueste y que satisfaga de la mejor forma posible. Nuestra caridad, debe estar al servicio de los demás. Nuestra caridad debe llenarnos de inmensa alegría. Nuestra caridad es la que cuenta que estamos siguiendo al Señor, como sumo sacerdote grande, que ha atravesado el cielo para acercarnos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar la misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente, porque el Hijo de Dios, ha venido para servir y dar su vida en rescate por todos (Hb4, 14-16).
Todo lo que en nuestra vida suceda, debe ser como consecuencia y testimonio de nuestra fe. No es dar por dar. Recordemos que es dar lo mejor de cada quien. Aquello que nos cueste y que satisfaga de la mejor forma posible. Nuestra caridad, debe estar al servicio de los demás. Nuestra caridad debe llenarnos de inmensa alegría. Nuestra caridad es la que cuenta que estamos siguiendo al Señor, como sumo sacerdote grande, que ha atravesado el cielo para acercarnos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar la misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente, porque el Hijo de Dios, ha venido para servir y dar su vida en rescate por todos (Hb4, 14-16).
Hermanos,
el Señor cuenta con nosotros, está en nuestras manos responder a su llamado, no
para gloria nuestra, sino para honra de su Nombre. Si logramos cambiar nuestra mentalidad y nos
abrimos con gusto al servicio desinteresado, tendremos ante nosotros las
bendiciones de Dios que no desampara, y una comunidad (la familia, el trabajo y
la parroquia) que nos ama y nos respalda.
Señor mío y Dios mío, que tu misericordia, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti (Sl33(32), 4-22). Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre. Y por los siglos de los siglos. Amén.
Señor mío y Dios mío, que tu misericordia, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti (Sl33(32), 4-22). Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre. Y por los siglos de los siglos. Amén.
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