martes, 20 de octubre de 2015

HOMILIA DE LA SANTA MISA DOMINICAL DEL 11 DE OCTUBRE DE 2015.

PRIMERO LA SABIDURÍA DE DIOS QUE LAS RIQUEZAS DEL MUNDO

Hoy tenemos, otro gran desafío, como todos los que el Señor nos presenta en cada celebración eucarística, con el fin de hacer que nuestras vidas se encuentren con el verdadero sentido, para el cual Dios nos ha traído a esta vida.

Acudir a Dios para que nos regale la prudencia. Para que en cada persona, solo pueda germinar, crecer y fructificar la sabiduría.  Es deber de todo ser humano, preferir la sabiduría, antes que las cosas que el mundo le ofrece. Pues la sabiduría, es la luz que nunca se apaga.  Es luz que permanece para siempre (Sb7, 7–11).

Lo primero no son los cetros ni los tronos.  Lo primero, es la sabiduría. Pues ante la sabiduría, los cetros y tronos, muy pronto son enajenados, en poco tiempo se han de caer, no tardarán en ser derrumbados. Que nuestra vida no haga parte de obsesiones por el poder, pues si las intenciones no son buenas, en cualquier momento lo que construimos puede inclinarse peligrosamente y hacer daño a nuestra vida y poner tristes a nuestros seres queridos.  Que nuestra vida asuma pequeños, medianos y grandes desafíos, fruto de la sabiduría que nos otorga el Señor. 

Señor mío y Dios mío, sácianos de tu misericordia (Sal, 89). Ayúdanos a merecer la sabiduría, que solo sabe venir con tu Santo Espíritu. Enséñame a desprenderme de lo que el mundo me ofrece y así merecer un tesoro en el cielo.

Lo primero, no es el oro. Lo primero, es la sabiduría. Pues ante la sabiduría, el oro es como la arena, no vale nada, pierde su valor, y así como es abundante, también pierde su brillo, su valor y su belleza (Sb7, 7–11). Que nuestra vida no sea guiada por el brillo de los lingotes, gruesas monedas y joyas doradas. Que nuestra vida sea iluminada por la luz de la sabiduría, como antorcha encendida por Dios, alimentada por el fuego y el amor del Espíritu Santo.

Señor mío y Dios mío, sácianos de tu misericordia (Sal, 89). Ayúdanos a merecer la sabiduría, que solo sabe venir con tu Santo Espíritu. Enséñame a desprenderme de lo que el mundo me ofrece y así merecer un tesoro en el cielo.

Lo primero, no es la plata, no es el dinero.  Lo primero, es la sabiduría.  Pues ante la sabiduría, la plata y el dinero, son como el barro, no valen nada. Que nuestra vida no se distraiga, en atesorar plata, en acumular dinero (Sb7, 7–11). Que nuestra vida sea conducida, gracias a la sabiduría, que Dios nos otorga a través de su Santo Espíritu, con quien encontramos el verdadero sentido de nuestra vida. Pues la sabiduría, nos da la riqueza que solo sabe venir de Dios, que tienen valor infinito en la tierra; que tiene valor infinito en el Cielo.

Señor mío y Dios mío, sácianos de tu misericordia (Sal, 89). Ayúdanos a merecer la sabiduría, que solo sabe venir con tu Santo Espíritu. Enséñame a desprenderme de lo que el mundo me ofrece y así merecer un tesoro en el cielo.

Lo primero, no es la salud ni la belleza.  Lo primero, es la sabiduría. Pues la salud y la belleza, ante la sabiduría, son privilegios pasajeros, no duran mucho, pronto se acaban (Sb7, 7–11). Que nuestra vida, no gire en torno a la vanidad. Que nuestra vida sea conducida por la sabiduría. Pues la sabiduría, es nueva salud para nuestra vida; es nueva belleza para nuestra alma, es infinito motivo de felicidad y alegría para nuestra vida presente y nuestra vida futura.

Señor mío y Dios mío, sácianos de tu misericordia (Sal, 89). Ayúdanos a merecer la sabiduría, que solo sabe venir con tu Santo Espíritu. Enséñame a desprenderme de lo que el mundo me ofrece y así merecer un tesoro en el cielo.

Lo primero, no es la riqueza que me ofrece el mundo. Lo primero, es la sabiduría. Pues las riquezas de este mundo, ante la sabiduría, no tienen valor alguno (Sb7, 7–11).  Que nuestra vida, no se ocupe de reunir grandes tesoros. Que nuestra vida tenga como máximo propósito, cultivar el gran e infinito tesoro que es la sabiduría. Por su parte la sabiduría, hace del ser humano un gran tesoro, una gran caja de mágicas e invaluables sorpresas que favorecen la vida propia, la vida de su prójimo, la vida de sus semejantes.

Señor mío y Dios mío, sácianos de tu misericordia (Sal, 89). Ayúdanos a merecer la sabiduría, que solo sabe venir con tu Santo Espíritu. Enséñame a desprenderme de lo que el mundo me ofrece y así merecer un tesoro en el cielo.

Lo primero, no son las piedras preciosas. Lo primero, es la sabiduría.  Pues las piedras preciosas, son rocas que incomodan, que solo saben estorbar (Sb7, 7–11). Que las cosas que no podremos llevarnos, después de esta vida, no nos impidan acercarnos a Dios. Que nuestra vida sea llevada a cabo de forma agradable ante los Santos Ojos de Dios, como fruto de la sabiduría, sabe cultivar en cada uno de nosotros. Pues la sabiduría, hace de nuestras virtudes deliciosos perfumes, agradable dulzura, celestiales colores y sonidos, que saben agradar y hacer feliz al Creador.

Señor mío y Dios mío, sácianos de tu misericordia (Sal, 89). Ayúdanos a merecer la sabiduría, que solo sabe venir con tu Santo Espíritu. Enséñame a desprenderme de lo que el mundo me ofrece y así merecer un tesoro en el cielo.

Muchas personas profesan que cumplen a cabalidad con los mandamientos de la Ley de Dios. Sin embargo, no basta con cumplir nada más. Debemos aprender a crecer.  Debemos crecer en el amor, el servicio, el seguimiento y el caminar junto a nuestro Señor Jesucristo.  Cuando se crece en el Espíritu del Señor, como consecuencia de la sabiduría que, día tras día, nos transmite, es necesario cuidar de la vida propia y de la vida de los demás, cuidar de no cometer adulterio, cuidar y respetar las cosas ajenas, siempre contar la verdad y nada más que la verdad,  ser honesto y ser transparente en las relaciones y tratos con nuestros semejantes, y honrar a nuestros padres (Mc10, 17-30). Sin embargo, la misión de cada quien, no termina aquí. Ahora es necesario crecer en la escucha y obediencia al llamado que el Señor nos hace.  Es necesario crecer en la calidad del servicio que el Señor, nos ha asignado como actividad indispensable que ayuda a construir el Reino de Dios en nuestra vida. Es necesario crecer en la intensidad y cercanía del seguimiento, del merecer la guía y la compañía de nuestro Señor Jesucristo, a lo largo y ancho de nuestra vida.
Señor mío y Dios mío, sácianos de tu misericordia (Sal, 89). Ayúdanos a merecer la sabiduría, que solo sabe venir con tu Santo Espíritu. Enséñame a desprenderme de lo que el mundo me ofrece y así merecer un tesoro en el cielo.

Con la ayuda de los dones del Espíritu Santo, especialmente, el de la sabiduría, podremos sortear las diferentes situaciones que se nos han de presentar por el camino de la vida. En donde somos tentados por el mundo material, haciéndonos desviar por el camino equivocado, es decir, ausentándonos del llamado, del servicio y del seguir al Señor. A pesar de celebrar los sacramentos, de celebrar la Santa Misa y cumplir con los mandatos del Señor; es necesario, acudir a partir de ahora a la fuerza y a la luz del Espíritu Santo, para que podamos deshacernos de las apariencias falsas y erróneas (Mc10, 17–34), que no nos permiten hacer de nuestra vida un tesoro de actos agradables para Dios Padre.

Señor mío y Dios mío, sácianos de tu misericordia (Sal, 89). Ayúdanos a merecer la sabiduría, que solo sabe venir con tu Santo Espíritu. Enséñame a desprenderme de lo que el mundo me ofrece y así merecer un tesoro en el cielo.

Finalmente, antes de las cosas del mundo, es necesario que le demos prioridad a la misión que el Señor nos ha asignado en esta vida. Dando estricto cumplimiento a nuestro claro quehacer con respecto a la obra del Reino de Dios. Para ello, no estamos solos. Tenemos el amor del Padre. Estamos acompañados por el Salvador de nuestra vida. Estamos amparados por la fuerza y la sabiduría del Santo Espíritu de Dios, de tal forma que, no debemos tener miedo alguno; es nuestro deber estar fieles y firmes, frente a las responsabilidades  que el Señor nos encomienda a través de su santa Palabra. Pues la Palabra de Dios, lo sabe todo. Es el Juez que todo lo ve. Es el oráculo que nos guía y nos exige rendir cuentas ante el Señor (Hb4, 12–13).


Señor mío y Dios mío, sácianos de tu misericordia (Sal, 89). Ayúdanos a merecer la sabiduría, que solo sabe venir con tu Santo Espíritu. Enséñame a desprenderme de lo que el mundo me ofrece y así merecer un tesoro en el cielo. AMÉN!!!

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