PRIMERO LA SABIDURÍA DE DIOS QUE LAS RIQUEZAS DEL
MUNDO
Hoy tenemos, otro gran
desafío, como todos los que el Señor nos presenta en cada celebración
eucarística, con el fin de hacer que nuestras vidas se encuentren con el
verdadero sentido, para el cual Dios nos ha traído a esta vida.
Acudir a Dios para que nos
regale la prudencia. Para que en cada persona, solo pueda germinar, crecer y
fructificar la sabiduría. Es deber de
todo ser humano, preferir la sabiduría, antes que las cosas que el mundo le
ofrece. Pues la sabiduría, es la luz que nunca se apaga. Es luz que permanece para siempre (Sb7, 7–11).
Lo primero no son los cetros
ni los tronos. Lo primero, es la
sabiduría. Pues ante la sabiduría, los cetros y tronos, muy pronto son
enajenados, en poco tiempo se han de caer, no tardarán en ser derrumbados. Que
nuestra vida no haga parte de obsesiones por el poder, pues si las intenciones
no son buenas, en cualquier momento lo que construimos puede inclinarse
peligrosamente y hacer daño a nuestra vida y poner tristes a nuestros seres
queridos. Que nuestra vida asuma
pequeños, medianos y grandes desafíos, fruto de la sabiduría que nos otorga el
Señor.
Señor mío y Dios mío, sácianos de tu
misericordia (Sal, 89). Ayúdanos a merecer la sabiduría, que solo sabe venir
con tu Santo Espíritu. Enséñame a desprenderme de lo que el mundo me ofrece y
así merecer un tesoro en el cielo.
Lo primero, no es el oro. Lo
primero, es la sabiduría. Pues ante la sabiduría, el oro es como la arena, no
vale nada, pierde su valor, y así como es abundante, también pierde su brillo,
su valor y su belleza (Sb7, 7–11). Que nuestra vida no sea guiada por el brillo
de los lingotes, gruesas monedas y joyas doradas. Que nuestra vida sea
iluminada por la luz de la sabiduría, como antorcha encendida por Dios,
alimentada por el fuego y el amor del Espíritu Santo.
Señor mío y Dios mío, sácianos de tu
misericordia (Sal, 89). Ayúdanos a merecer la sabiduría, que solo sabe venir
con tu Santo Espíritu. Enséñame a desprenderme de lo que el mundo me ofrece y
así merecer un tesoro en el cielo.
Lo primero, no es la plata,
no es el dinero. Lo primero, es la
sabiduría. Pues ante la sabiduría, la
plata y el dinero, son como el barro, no valen nada. Que nuestra vida no se
distraiga, en atesorar plata, en acumular dinero (Sb7, 7–11). Que nuestra vida
sea conducida, gracias a la sabiduría, que Dios nos otorga a través de su Santo
Espíritu, con quien encontramos el verdadero sentido de nuestra vida. Pues la
sabiduría, nos da la riqueza que solo sabe venir de Dios, que tienen valor
infinito en la tierra; que tiene valor infinito en el Cielo.
Señor mío y Dios mío, sácianos de tu
misericordia (Sal, 89). Ayúdanos a merecer la sabiduría, que solo sabe venir
con tu Santo Espíritu. Enséñame a desprenderme de lo que el mundo me ofrece y
así merecer un tesoro en el cielo.
Lo primero, no es la salud
ni la belleza. Lo primero, es la
sabiduría. Pues la salud y la belleza, ante la sabiduría, son privilegios
pasajeros, no duran mucho, pronto se acaban (Sb7, 7–11). Que nuestra vida, no
gire en torno a la vanidad. Que nuestra vida sea conducida por la sabiduría. Pues
la sabiduría, es nueva salud para nuestra vida; es nueva belleza para nuestra
alma, es infinito motivo de felicidad y alegría para nuestra vida presente y
nuestra vida futura.
Señor mío y Dios mío, sácianos de tu
misericordia (Sal, 89). Ayúdanos a merecer la sabiduría, que solo sabe venir
con tu Santo Espíritu. Enséñame a desprenderme de lo que el mundo me ofrece y
así merecer un tesoro en el cielo.
Lo primero, no es la riqueza
que me ofrece el mundo. Lo primero, es la sabiduría. Pues las riquezas de este
mundo, ante la sabiduría, no tienen valor alguno (Sb7, 7–11). Que nuestra vida, no se ocupe de reunir
grandes tesoros. Que nuestra vida tenga como máximo propósito, cultivar el gran
e infinito tesoro que es la sabiduría. Por su parte la sabiduría, hace del ser
humano un gran tesoro, una gran caja de mágicas e invaluables sorpresas que
favorecen la vida propia, la vida de su prójimo, la vida de sus semejantes.
Señor mío y Dios mío, sácianos de tu
misericordia (Sal, 89). Ayúdanos a merecer la sabiduría, que solo sabe venir
con tu Santo Espíritu. Enséñame a desprenderme de lo que el mundo me ofrece y
así merecer un tesoro en el cielo.
Lo primero, no son las
piedras preciosas. Lo primero, es la sabiduría.
Pues las piedras preciosas, son rocas que incomodan, que solo saben estorbar
(Sb7, 7–11). Que las cosas que no podremos llevarnos, después de esta vida, no
nos impidan acercarnos a Dios. Que nuestra vida sea llevada a cabo de forma
agradable ante los Santos Ojos de Dios, como fruto de la sabiduría, sabe cultivar
en cada uno de nosotros. Pues la sabiduría, hace de nuestras virtudes
deliciosos perfumes, agradable dulzura, celestiales colores y sonidos, que saben
agradar y hacer feliz al Creador.
Señor mío y Dios mío, sácianos de tu
misericordia (Sal, 89). Ayúdanos a merecer la sabiduría, que solo sabe venir
con tu Santo Espíritu. Enséñame a desprenderme de lo que el mundo me ofrece y
así merecer un tesoro en el cielo.
Muchas personas profesan que
cumplen a cabalidad con los mandamientos de la Ley de Dios. Sin embargo, no
basta con cumplir nada más. Debemos aprender a crecer. Debemos crecer en el amor, el servicio, el
seguimiento y el caminar junto a nuestro Señor Jesucristo. Cuando se crece en el Espíritu del Señor,
como consecuencia de la sabiduría que, día tras día, nos transmite, es
necesario cuidar de la vida propia y de la vida de los demás, cuidar de no cometer
adulterio, cuidar y respetar las cosas ajenas, siempre contar la verdad y nada
más que la verdad, ser honesto y ser
transparente en las relaciones y tratos con nuestros semejantes, y honrar a
nuestros padres (Mc10, 17-30). Sin embargo, la misión de cada quien, no termina
aquí. Ahora es necesario crecer en la escucha y obediencia al llamado que el Señor nos hace. Es necesario crecer en la calidad del servicio que el Señor, nos ha asignado
como actividad indispensable que ayuda a construir el Reino de Dios en nuestra
vida. Es necesario crecer en la intensidad y cercanía del seguimiento, del merecer la guía y la compañía de nuestro Señor
Jesucristo, a lo largo y ancho de nuestra vida.
Señor mío y Dios mío, sácianos de tu
misericordia (Sal, 89). Ayúdanos a merecer la sabiduría, que solo sabe venir
con tu Santo Espíritu. Enséñame a desprenderme de lo que el mundo me ofrece y
así merecer un tesoro en el cielo.
Con la ayuda de los dones
del Espíritu Santo, especialmente, el de la sabiduría, podremos sortear las
diferentes situaciones que se nos han de presentar por el camino de la vida. En
donde somos tentados por el mundo material, haciéndonos desviar por el camino
equivocado, es decir, ausentándonos del llamado, del servicio y del seguir al
Señor. A pesar de celebrar los sacramentos, de celebrar la Santa Misa y cumplir
con los mandatos del Señor; es necesario, acudir a partir de ahora a la fuerza
y a la luz del Espíritu Santo, para que podamos deshacernos de las apariencias
falsas y erróneas (Mc10, 17–34), que no nos permiten hacer de nuestra vida un tesoro
de actos agradables para Dios Padre.
Señor mío y Dios mío, sácianos de tu
misericordia (Sal, 89). Ayúdanos a merecer la sabiduría, que solo sabe venir
con tu Santo Espíritu. Enséñame a desprenderme de lo que el mundo me ofrece y
así merecer un tesoro en el cielo.
Finalmente, antes de las
cosas del mundo, es necesario que le demos prioridad a la misión que el Señor
nos ha asignado en esta vida. Dando estricto cumplimiento a nuestro claro
quehacer con respecto a la obra del Reino de Dios. Para ello, no estamos solos.
Tenemos el amor del Padre. Estamos acompañados por el Salvador de nuestra vida.
Estamos amparados por la fuerza y la sabiduría del Santo Espíritu de Dios, de
tal forma que, no debemos tener miedo alguno; es nuestro deber estar fieles y
firmes, frente a las responsabilidades que
el Señor nos encomienda a través de su santa Palabra. Pues la Palabra de Dios,
lo sabe todo. Es el Juez que todo lo ve. Es el oráculo que nos guía y nos exige
rendir cuentas ante el Señor (Hb4, 12–13).
Señor mío y Dios mío,
sácianos de tu misericordia (Sal, 89). Ayúdanos a merecer la sabiduría, que
solo sabe venir con tu Santo Espíritu. Enséñame a desprenderme de lo que el
mundo me ofrece y así merecer un tesoro en el cielo. AMÉN!!!
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